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El señor Presidente

Foto cortesía

Por El Lector Americano

BURKE, Virginia, 29 octubre 2024.- Casi como Zelensky, pero sin guerra, un comediante llega a Presidente. ¿Dónde? En Estados Unidos, sí, pero en plan película del año 2006. Esto puede ser una diacronía, pero no, porque ya sabemos que siempre hay un lugar en el mundo donde una ex estrella de cine puede llegar a convertirse en jefe de Estado en el país más poderoso y rico del mundo. Me estoy refiriendo a la película, El hombre del año (Man of the Year), que dirigió Barry Levinson, en 2006, es una “peli” que se hace “realidad” durante dos horas. Aquí Robin Williams, con su consabida vehemencia y comicidad, llega al Salón Oval en La Casa Blanca. ¿Cómo? ¿Por qué? Porque Williams interpreta a un humorista televisivo especializado en política —como lo fue Volodímir Zelensky (ver Netflix), en su programa de TV Servidor Público—, quien muestra sus nalgas, y como el personaje de Robin Williams, en plena campaña electoral lanza al aire la posibilidad de presentarse como candidato a Presidente. ¿Una broma? … No, porque de golpe el público le responde y lo aclama y, media hora de cine después, a puros chistes en televisión, se convierte en uno de los hombres más poderosos del mundo.

A fecha de hoy, 2024, no es gratis que cuente esta película, porque la ficción es realidad, o viceversa. Porque este film es sintomático, con un verosímil bestial donde subyace una lectura político/social increíble, y despiadada del mundo de hoy. Pienso en Bolsonaro, un fascista homofóbico y racista inocuo que llegó a presidente; Bukele, que trabajaba de hijo y publicista del FMLN, que mete preso a los trapicheros del narco, pero ningún alto funcionario del poder real; un Milei en Argentina, un loco de atar que arrancó de “opinionator” serial en la TV basura argentina que llegó a presidente, y hoy apalea a los jubilados; y ni qué decir del mismo Zelensky, un actor de cuarta que puso a Ucrania en guerra.


Pues bien, a partir de esta premisa argumental, y todo lo que puede haber detrás de una elección presidencial, y en los tiempos que corren, o hay un electorado muy ignorante, incluso algo tarado, o un sistema político decadente e incapaz de gobernar. Que el electorado norteamericano actual quizás se parezca al más inerte de los públicos televisivos, también puede ser cierto. Pero en la peli, un tipo semi estrella de la pantalla de pronto parece encarnar la esperanza blanca para una nueva y desfasada era política, se da con creces. Y el argumento paralelo es que se entienda a la política como una transparencia total, de mentiras verdaderas resulta ser interesante. Lo mismo cuando el personaje de Williams formula sus críticas tanto al Partido Republicano como al Demócrata, señalando lo irrefutable: que no hay verdaderas diferencias entre un partido y otro. Por eso es destacable que en El hombre del año, arranque como un comentario salvaje sobre el estado de la política interna e internacional norteamericana como si fuera hoy en 2024. O mejor todavía, como una fantasía de decadencia absoluta, el brutal e increíble pedido de “que se vayan todos al recontra carajo”, parece Argentina 2001, o Chile 2019, o la Primavera Árabe en Túnez, 2010. Y con esta premisa, al menos durante un rato, el director Levinson y el comediante Williams (que trabajaron juntos en Buenos días Vietnam (Good Morning Vietnam), en El hombre del año, se divierten imaginando las posibilidades disparadas por la tesis de la aparición abrupta de un “tercer candidato”, a Presidente. Pero un presidenciable sin doble discurso y héroe de decir la verdad, está difícil. Pero aquí, este futuro presidente no espera a que sus contrincantes o la prensa escarben en su biografía en busca de algún muerto debajo bajo su cama o una canita al aire: él mismo las ofrece (bueno, asuntos menores: una vez que estuvo de putas, una vomitada saliendo de un restaurante o mear en el jardín de la universidad, etcétera). Como si todo ocurriera en una dimensión paralela al mundo real, y la política de la honestidad brutal parece dar resultados, y el comediante/presidente lanza en público un par de verdades ineludibles, a las que él tampoco podrá escapar cuando asuma funciones: “No puedes gastarte 200 millones de dólares en una campaña y después no deberle nada a nadie”. Cuando el presidente suba al poder, ahí van a estar los petroleros, la industria farmacéutica y demás auspiciantes, para cobrar por caja la deuda por hacerte ganar. Pero ahí es cuando el guión de la película, que está inspirada en algunos debates de campaña de 1992, previos a la primera presidencia de Bill Clinton, se cae en verosimilitud en su propia propuesta: digo, si no hay candidatos sin corporación detrás, pregunto, ¿cómo es que un candidato sin este tipo de apoyo, ni infraestructura, con tan solo su carisma y su desbocada sinceridad y “sensibilidad” artística, llega a presidente?
Mmmmmm… quién auspicia a quién…

La máquina democrática
También hay otra línea argumental, que responde al interrogante anterior. Porque esta película que quiere ayudar en algo a la reflexión, porque detrás de la fantasía, está presente siempre la triste realidad. Porque en esta película se vota a través del voto electrónico —máquinas como las de las lotería— que, caramba, han salido defectuosas. El desperfecto es tal que ha alterado el conteo de votos. Uno de los empleados de la compañía que las fabrica (Laura Linney) lo descubre a tiempo, pero su jefe (Jeff Goldblum) le dice que ya es imposible volver atrás, y pretende, por el bien de la empresa, mantener el tema en silencio. Está dispuesto a silenciar a su empleada (a otro mundo posible), si es necesario. Con esto, Levinson se queda a mitad de camino en lo que podría haber sido una de las mayores sátiras políticas de Hollywood, y convierte la película en un thriller. Pero a su vez parece retomar una idea trabajada en otra película, “Mentiras que matan” (Wag the Dog), que el mismo director mucho antes dirigió, durante (sic): “mis años mucho menos cínicos que los que corrían en 2007”.


Rewind. En Mentiras que matan, los asesores de gobierno creaban mediáticamente una guerra como una operación política (con Canadá) para salvar a un presidente de un escándalo sexual que podría costarle su reelección. Aquí, en El Hombre del Año, el villano es Jeff Goldblum, quien formula con desparpajo y toques de sincericidio un precepto certero sobre el funcionamiento de la democracia norteamericana: “Tenemos la percepción de legitimidad que es más importante que la legitimidad en sí misma. Con esto no se jode en nuestra democracia, que es nuestra forma de vida. Ni menos se jode con nuestro sistema”.

Ojo, esto es “spoiler”
Y bueno, como la película es del 2007, debo contar el final, pues si no, esta nota no adquiere el sentido. Porque cuando llegas al final, allí se termina de revelar el “quid” del presidente Robin Williams. El candidato, se entera que sufrió un involuntario fraude electoral que lo llevó a la presidencia, y hace lo que cree correcto, y se baja. Duda, y su representante (Christopher Walken, el de los ojos tipo Cortázar que baila en casi todas sus películas, pero acá baila en silla de ruedas), lo hace dudar al bueno y honesto de Robin Williams, pero al final este se baja igual de la presidencia. Él es un hombre que tiene la oportunidad, y en buena medida apoyo, pero da un paso al costado. Y así todo indica que el sistema “se cura solito”.

Pero detrás de toda esta vuelta de tuerca argumental que suena algo ingenua, el director de cine Levinson parece proponer una conclusión bastante más oscura: la de que nada cambia realmente, que nada puede cambiar, porque, casi como lo advierte el villano de Goldblum, no hay nada por afuera del sistema. Quizás solo había que esperar hasta 2018, que es cuando gana Donald Trump, y aunque Hillary Clinton sacó más votos, el tipo igual hizo cartón lleno, e incluso hasta dejó bien parado al buenazo de George Busch hijo, el responsable de reventar el equilibrio ‘medioambiental’ del Medio Oriente cuando invadió Irak.
Fin

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