spot_img
HomeEntretenimientoCanción de los años felices

Canción de los años felices

La cumbia “Cariñito”, interpretada por “Los hijos del Sol”. Foto cortesía.

Por El Lector Americano

Para MetroDMVNoticias-Entretenimiento


BURKE, Virginia, 9 de noviembre de 2024
.- Hay un cuento de John Cheever titulado “El nadador”. En ese cuento, un hombre desesperado se propone nadar a lo largo de todas las piscinas de sus vecinos, hasta crear un nuevo río que lo lleve de vuelta a la velocidad y la felicidad de sus días de juventud. Y así, sin saberlo, en su desesperación, solo se refleja en su memoria la melodía de una canción que lo pone en perspectiva con su propia vida. La consabida búsqueda de los tiempos felices hecho canción…

Algo así pero no igual me pasa a mí con el tema popular y nacional, “Cariñito”, de Ángel Aníbal y Los Hijos del Sol. No tengo idea de cuándo la escuché por primera vez. Por mucho tiempo viví sin saber quiénes la cantaban, ni de dónde eran, ni quién la había compuesto; pero me gustaba. Me sabía la melodía de esa canción porque estaba ahí, y no tenía que preocuparme por ella, cada tanto sonaba y yo me ponía a tararearla. Y la bailaba, pero pasó algo mágico: cuando apretujado en el asiento de un camión junto a dos amigos, y la volví a escuchar en el momento justo.

Foto cortesía.

En esa edad en que no hay de qué preocuparse de muchas cosas, y yo y mis amigos estábamos dejando de tener esa edad nos propusimos hacer el viaje; para eso vendimos empanadas, pintamos casas, y distribuimos volantes para una academia de inglés. Yo había dado dos materias de semiología en el último llamado de diciembre, y corrí con una mochila y una carpa prestada, y me fui con mis amigos en un tren con un pasaje de 12 dólares hasta Tucumán, Argentina. Una provincia con un toque Macondo, por su calor, sus plazas, y casas bajas de barro.

Allí estuvimos tres días, y nos fuimos al Valle de Tafí, y desde allí a Salta, para después cruzar el parque Los Cardones (la Argentina profunda), para terminar en los increíbles cerros de Jujuy, casi sin dinero, y perder una de las carpas. Allí, los tres viajeros dormimos varios días todos pegaditos, cagados de la risa siempre, y bien pegaditos.

Foto cortesía.

Ahora, a treinta y cinco años de distancia, y veo un mapa de Google Map, es fácil ubicar dónde estuvimos, los hoy licenciados en derecho, un economista, y yo, un periodista trotamundos. A veces hay que alejar el zoom, y desde tu propia memoria darte cuenta de que en esa marquita roja sobre un fondo celeste, estuvimos allí un día, donde ahora se señala las Salinas Grandes. En ese entonces lo más cercano a un GPS que tuvimos era un mapa de Shell de rutas, que había quedado sobre un colchón húmedo de una pensión en Purmamarca, justo al pie de esa increíble montaña multicolor llamada Cerro de los Siete Colores. En ese tiempo el camino nos pareció cortito, y después de estirar los huesos, hicimos dedo para conocer esas Salinas, a menos de 100 kilómetros. Nos llevó un camión peruano que transportaba ácido para separar la plata del hierro. El tanque, según nos informó Freddy, el camionero, no tenía rompeolas. Y como el líquido en las subidas pronunciadas se acumulaba al fondo de la cisterna, cada avance implicaba también un retroceso por la inercia, y muchas frenadas para no reventarnos. Años después me enteré que un tanque sin rompeolas era súper ilegal, y mucho más en un camino con curvas, contra-curvas y precipicios mortales. Pero ¡qué importaba en ese tiempo! La seguridad quiero decir. Porque recuerdo que empezaba a atardecer y nosotros gritábamos como locos de atar en las curvas, en las subidas y bajadas, y también pensábamos en cómo haríamos para volver desde el Salar a Purmamarca.

Pero allí estábamos, sin escapatoria, haciendo fuerza para llegar a destino antes de que se fuera el sol y confiando que el Freddy, y toda su experiencia, maniobrara de la mejor forma su carga mortal a paso lento, mientras nos contaba anécdotas de rutas. Esto de las anécdotas ayuda a entender un hilo extenso de vida de ciertos personajes. Y Freddy era un personaje mítico, sobretodo cuando se refería a la muerte. Digo, si la sientes cerca, lo más probable es que se hable de otra cosa, o se permanece en silencio de cagarse. Eso pensaba yo cuando de pronto sentimos una explosión y después otra, y apretamos las nalgas, y uno de mis amigos gritó, y Freddy, relajado, no dijo ni pío por un rato hasta que se echó a reír.

Foto cortesía.

Se le habían disparados los frascos de mermelada que traía debajo del asiento donde íbamos montados, por la presión de la altura, algo que era usual, nos dijo Freddy con un ataque de risa espeluznante. Y allí mismo nos pasó unas hojas de coca para que no nos apunáramos, y en ese momento, con la planta Inca entre los dientes, en la zona cordillera, el Freddy puso un cassette, y empezó a sonar “Cariñito”, y algo se nos aflojó, y todos cantamos:
“Lloro por quererte, por amarte y por desearte”
Se armó el manso recital, y en ese momento —recuerdo— fue lo más cerca que estuve del Perú, porque si en vez de bajarnos en las Salinas hubiésemos seguido el viaje, podríamos haber llegado al Cuzco gratis. Pero ahí estábamos, cantando como ángeles del demonio mascando coca, y al Freddy, el camionero sabrosón, se le hinchó el pecho de que conociéramos la letra. Para él, “Cariñito”, era la canción que proyectaba a su país en el mundo latinoamericano, casi una visa gratis que alegra a cualquiera, como lo es, “La Llorona mexicana”, pero este himno popular era de los peruanos. Nos habló del compositor, el gran Ángel Aníbal, y de la trascendencia de la cumbia chicha, y de la chicha, y de los bailes de su juventud, de sus amores y las motos, y siguió manejando como borracho por el entusiasmo que le producían sus recuerdos. Pusimos el tema como cinco veces. Una más y no pedimos más, le gritábamos al Freddy. Y cantamos como locos por la ruta del diablo, con cero miedo, y mejor aún, menos cero de tristeza.

Aquí me detengo. Y desgloso las cosas que pasan. Por muchos años pensé que la gente que nunca estaba siempre riendo, eran personas banales, poco profundas. Reírse era un gesto de tontos. Y como todo cambia, ahora me parece todo lo contrario. La risa puede ser un gran ejercicio terapéutico para esquivar la nostalgia y los golpes bajos que te propinan las circunstancias de hacer vida. Como separar la plata del hierro, para solo quedarse con lo que da brillo. Tiempo después comprendí que de eso trata “Cariñito”, esa gran canción peruana con ritmo trabajado, que mezcla sonidos del mundo amazónico y el andino, que te impulsa a moverte, y a girar de alegría con los brazos abiertos.

Los toques de huayno, o el rugido del trotecito, junto a la cumbia y el pop tercermundista: la psicodelia peruana al servicio del entusiasmo mundial. Porque esta es la forma en que esta canción encuentra al llanto, y los mocos salados cayéndote en la comisura de los labios, y el placer de no parar de hacerlo. Es un lamento de alegría, con la evocación más hermosa: “Ay, cariño, ay mi vida. Nunca, pero nunca me abandones, cariñito”.

Una canción que cruzó las fronteras físicas, imaginarias y temporales, que es una llama que aviva las fiestas contra la gente fatua que a veces puebla los lugares populares. Una canción popular que se encarga de sacudirte toda la preocupación, e incluso el miedo a la muerte que negamos —mis amigos, yo, y el Freddy— montados en su camión bravío.

Foto cortesía.

En la grabación original, y antes de que la canción termine, los intérpretes se presentan a sí mismos entre ruidos de botellas y risas: «Estos son Los hijos del Sooool», haciéndose autobombo.


Y luego: —«me llaman aserrín— ¿por qué, Ángel Aníbal? —porque soy lo último que botan de la cantina».


Todo una anticipación de las formas que tiene la cultura oral para después hacerse masiva. Y un chiste pícaro, como si no bastara con todo lo demás para no olvidarla nunca.

Cuando llegamos por fin a las Salinas, empezaba a morder el frío. Nos sacamos tres o cuatro fotos “for export” jugando con la perspectiva, y luego nos subimos al auto de unos estadounidenses que regresaban a Purmamarca. Regresando por ese suelo de pura planicie blanca y refractaria, la ruta era una tajada de nuestra juventud aventurera que se perdía en el horizonte, y la historia de un camión cisterna, guiado por el Freddy, que de seguro ahora le pisaba el acelerador rumbo al Perú, que nos enseñó a apreciar a un país magnífico por una canción.


Seis años después conocí Perú: Arequipa, Lima, el Cuzco y Machu Picchu, y escuché “Cariñito” de nuevo, pero mucho más cercano por siempre jamás a eso que llaman encuentro atávico. Pero esta es otra historia, otro camión y un tren que me ayudó para, con un abordaje amoroso, me ayudó a conocer mejor el mundo andino.
Cariñito.

- Advertisement -

spot_img
[tds_leads btn_horiz_align="content-horiz-center" pp_checkbox="yes" f_title_font_family="901" f_msg_font_family="901" f_input_font_family="901" f_btn_font_family="901" f_pp_font_family="901" display="column" msg_succ_radius="0" msg_err_radius="0" f_title_font_size="eyJhbGwiOiIyMiIsImxhbmRzY2FwZSI6IjE4IiwicG9ydHJhaXQiOiIxNiJ9" f_title_font_line_height="1.4" f_title_font_transform="" f_title_font_weight="600" f_title_font_spacing="1" tdc_css="eyJhbGwiOnsibWFyZ2luLWJvdHRvbSI6IjIwIiwiYm9yZGVyLXRvcC13aWR0aCI6IjEiLCJib3JkZXItcmlnaHQtd2lkdGgiOiIxIiwiYm9yZGVyLWJvdHRvbS13aWR0aCI6IjEiLCJib3JkZXItbGVmdC13aWR0aCI6IjEiLCJwYWRkaW5nLXRvcCI6IjQwIiwicGFkZGluZy1yaWdodCI6IjMwIiwicGFkZGluZy1ib3R0b20iOiI0MCIsInBhZGRpbmctbGVmdCI6IjMwIiwiYm9yZGVyLWNvbG9yIjoidmFyKC0ta2F0dG1hci10ZXh0LWFjY2VudCkiLCJiYWNrZ3JvdW5kLWNvbG9yIjoidmFyKC0ta2F0dG1hci1hY2NlbnQpIiwiZGlzcGxheSI6IiJ9LCJsYW5kc2NhcGUiOnsiZGlzcGxheSI6IiJ9LCJsYW5kc2NhcGVfbWF4X3dpZHRoIjoxMTQwLCJsYW5kc2NhcGVfbWluX3dpZHRoIjoxMDE5LCJwb3J0cmFpdCI6eyJwYWRkaW5nLXRvcCI6IjI1IiwicGFkZGluZy1yaWdodCI6IjE1IiwicGFkZGluZy1ib3R0b20iOiIyNSIsInBhZGRpbmctbGVmdCI6IjE1IiwiZGlzcGxheSI6IiJ9LCJwb3J0cmFpdF9tYXhfd2lkdGgiOjEwMTgsInBvcnRyYWl0X21pbl93aWR0aCI6NzY4fQ==" title_color="var(--kattmar-text)" msg_succ_color="var(--accent-color)" msg_succ_bg="var(--kattmar-secondary)" msg_pos="form" msg_space="10px 0 0 0" msg_padd="5px 10px" msg_err_bg="#ff7c7c" msg_error_color="var(--accent-color)" f_msg_font_transform="uppercase" f_msg_font_spacing="1" f_msg_font_weight="600" f_msg_font_size="10" f_msg_font_line_height="1.2" gap="20" f_btn_font_size="eyJhbGwiOiIxNiIsImxhbmRzY2FwZSI6IjE0IiwicG9ydHJhaXQiOiIxMiJ9" f_btn_font_weight="400" f_btn_font_transform="uppercase" f_btn_font_spacing="2" btn_color="var(--accent-color)" btn_bg="var(--kattmar-secondary)" btn_bg_h="var(--kattmar-primary)" btn_color_h="var(--accent-color)" pp_check_square="var(--kattmar-secondary)" pp_check_border_color="var(--kattmar-primary)" pp_check_border_color_c="var(--kattmar-secondary)" pp_check_bg="var(--accent-color)" pp_check_bg_c="var(--accent-color)" pp_check_color="var(--kattmar-text-accent)" pp_check_color_a="var(--kattmar-primary)" pp_check_color_a_h="var(--kattmar-secondary)" f_pp_font_size="12" f_pp_font_line_height="1.4" input_color="var(--kattmar-text)" input_place_color="var(--kattmar-text-accent)" input_bg_f="var(--accent-color)" input_bg="var(--accent-color)" input_border_color="var(--kattmar-text-accent)" input_border_color_f="var(--kattmar-secondary)" f_input_font_size="14" f_input_font_line_height="1.4" input_border="1px" input_padd="10px 15px" btn_padd="eyJhbGwiOiIxMHB4IiwibGFuZHNjYXBlIjoiMTBweCAxMHB4IDhweCJ9" title_text="Worldwide News, Local News in London, Tips & Tricks" msg_composer="error" input_placeholder="Email Address" pp_msg="SSUyMGhhdmUlMjByZWFkJTIwYW5kJTIwYWNjZXB0ZWQlMjB0aGUlMjAlM0NhJTIwaHJlZiUzRCUyMiUyMyUyMiUzRVRlcm1zJTIwb2YlMjBVc2UlM0MlMkZhJTNFJTIwYW5kJTIwJTNDYSUyMGhyZWYlM0QlMjIlMjMlMjIlM0VQcml2YWN5JTIwUG9saWN5JTNDJTJGYSUzRSUyMG9mJTIwdGhlJTIwd2Vic2l0ZSUyMGFuZCUyMGNvbXBhbnku"]
spot_img

- Advertisement -